Cuando se produjo el big bang se crearon
los núcleos atómicos más ligeros sin que en ese momento fuese posible la
generación de elementos “pesados” como el hierro, el oxígeno y el carbono. Éste
último, el carbono, es absolutamente esencial para el desarrollo de la vida
pero hasta que las estrellas no se formaron, mucho después, fue imposible su existencia porque la misma
necesita de un nivel energético tan enorme que sólo puede producirse en el
interior de una estrella “madura”.
Es decir, los componentes básicos para la
vida no existieron en el Universo desde su origen sino que la evolución del propio Universo permitió
su generación.
Sin
que el origen fuese el que fue lo que pasó después no hubiese sido posible, esta es desde luego la tautología en la que se fundamenta el
Principio Antrópico.
Pero si contemplamos la realidad como una
“unidad” sin distribuir tiempo, relaciones de causalidad o consecuencias, lo
que tenemos no es más que “algo” unitario en lo que la vida no es el resultado
de nada sino una parte ínsita en el todo, si tiempo y espacio van “unidos” lo
relevante para explicar la realidad objetivamente no puede estar relacionado
con el “momento” en el que la misma se analice.
Esto debería hacernos reflexionar al
respecto de la “unidad” existente entre la realidad material y la “vida”: puesto que estamos hechos de material
estelar en realidad no deberíamos necesitar “separarnos” del mismo cuando analizamos
la realidad: la vida es el Universo al igual que lo es cualquier planeta o
estrella que podamos ver; en ese sentido lo peculiar de la vida no es tanto su
composición material sino la manera en que la misma se organizó para generarla.
Esta reflexión respecto a la “unidad”
está en la base de muchas visiones religiosas de la vida y el Universo,
especialmente de las Upanisad que generaron la identificación entre el yo
personal y el yo Universal que lo abarca todo (ATHMAN es igual a BRAHMAN).
Por ello, cuando los científicos
“piensan” y “descubren” realidades a
veces se producen extrañas coincidencias inesperadas las cuáles pueden ser
observadas o bien como casualidades o como actos de “creación”.
Ambas opciones son posibles como ahora
veremos y , si se acepta que son “actos de creación”, la unidad es todavía más
evidente: una reflexión “humana” genera una explicación a un misterio
científico como si de un acto de creación “divina” se tratase.
Cuando Einstein construyó la “relativilidad”
en el mundo de las ideas, utilizó sus neuronas, su materia, para explicar algo
que está unido a ellas igual que aquello que estaba explicando: no hay ninguna
distinción posible entre los átomos de las neuronas de Einstein y la forma en
que la relatividad afectaba a los mismos: al describir la relatividad se estaba
describiendo, en parte, a sí mismo o a un “principio” físico que le afectaba
porque “ él” formaba parte de lo descrito.
El carbono es básico para la vida, ya lo
hemos dicho, pero para su generación las
estrellas debieron facilitar un determinado estado cuántico del núcleo de
carbono.
Pues bien, ese estado cuántico, al igual
que la relatividad, fue “
imaginado” por un científico llamado
Fred Hoyle antes de que nadie lo hubiese
comprobado. Ni siquiera “imaginado” porque era tan absolutamente improbable que
nadie había “pensado” en él, lo era tanto como la posibilidad de que alguien
imaginase la novena de Beethoven antes de que fuese “escrita”.
Hoyle “pensó” que para que existiese el
carbono en las estrellas debió darse una determinada forma de estado cuántico y
a cierta energía muy precisa, él imaginó que debía haber sido así.
Cuando
otros científicos buscaron siguiendo la
indicación de Hoyle y comprobaron que, efectivamente, el carbono se genera sólo
si se da esa “coincidencia” entre los millones y millones posibles de
combinaciones de los protones y neutrones de los átomos que generan el mismo, uno puede pensar dos cosas: es una
“casualidad” o “alguien lo ha organizado así”.
Pero cabe una tercera opción: es así
porque cuando Hoyle lo “pensó” en
realidad lo estaba “generando” en la realidad porque ese estado, precisamente,
es el que “explica” que estemos aquí y, al igual que la relatividad, la misma
no ha existido hasta que no ha sido “pensada”.
La primera célula no “pensó” en la
relatividad pero sí “generó” lo
necesario para subsistir y reproducirse desde “ sí misma” hacia el pasado, el
futuro y el presente.
Una conclusión posible es que el Universo
exista para “explicar” la vida y de la mejor forma para que la misma se genere y continúe.
Según esto el Universo siempre adoptará
la mejor “forma” para ayudar a generar y continuar con la vida.
Tanto el origen del Universo, el big bang, como su posterior y evolución
y desarrollo, se ha conformado de manera múltiple y en relación con el
“observador” que en cada momento lo “analiza”: para una célula el Universo fue
un lugar donde obtener sustancias químicas que permitiesen su existencia y, en
ese momento, para ella “sólo” existió
ese entorno químico.
Para un ser humano, observador más sagaz
y completo, el Universo es lo que vamos creando a medida que lo vamos
“pensando” porque somos parte de él pero, en realidad, no seremos el último ser
vivo inteligente que cree el Universo porque la evolución continúa.
Existen otros muchos ejemplos de
“predicciones científicas” que parecen crear la realidad, no sólo la más reciente del Bosón de Higgs,
sino por ejemplo la del científico Hendrick Casimir, el cual tras el
descubrimiento del positrón que fue posible tras una “improbable” predicción afirmó lo que aquí
venimos defendiendo:
“ A veces casi parece que las teorías no son una
descripción de una realidad casi inaccesible, sino que lo que llamamos realidad
es un resultado de una teoría”.
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