Los tamaños y formas de todos los objetos del Universo no son aletaorios, responden a un equilibrio de fuerzas gravitatorias y atómicas. Algo es real y se constituye en “materia” cuando ésta tiene una densidad próxima a la de los átomos individuales que la conforman, sólo así se mantiene el equilibrio necesario para existir.
Los árboles, los peces, nosotros, un insecto, un mineral, una estrella, una célula están compuestos de conjuntos de átomos estrechamente empaquetados que pueden resistir la impresionante fuerza de la gravedad.
Un árbol, por ejemplo, no puede crecer más allá de lo que el equilibrio entre la fuerza de la gravedad y su “voluntad biológica” por seguir creciendo establecen de forma “coordinada”.
La pervivencia física depende del equilibrio entre la fuerza electromagnética y la gravedad . En el fondo la entropía no es más que una parte de esa lucha. El intercambio entre un ser vivo y la energía que ingiere a través de los alimentos intenta, sobre todo, mantener sus enlaces moleculares, es decir también atómicos, lo suficientemente fuertes como para pervivir.
La pervivencia física depende del equilibrio entre la fuerza electromagnética y la gravedad . En el fondo la entropía no es más que una parte de esa lucha. El intercambio entre un ser vivo y la energía que ingiere a través de los alimentos intenta, sobre todo, mantener sus enlaces moleculares, es decir también atómicos, lo suficientemente fuertes como para pervivir.
Así, una persona o una ballena no pueden crecer más allá de lo que le permite la densidad de los paquetes de átomos de los que está compuesto: hay un momento en que la fuerza que impulsa el crecimiento se detiene porque ya no puede vencer a la fuerza de la gravedad cuya “intención” es aplastarnos. En ese momento las fuerzas electromagnéticas que mantienen unidos a sus átomos se dan por vencidas y el “empate eficiente” entre ambas determina la forma y tamaños finales del “sujeto” o “cosa” en cuestión.
Esto es predicable tanto para un cristal de cuarzo como para una jirafa, todo lo que existe y su forma o tamaño está condicionado por ese equilibrio ( también las galaxias y los planetas).
A medida que uno se hace más grande pierde opciones de poder hacer cosas como por ejemplo volar. Si se quiere volar hay que ser “pequeño”, por eso existe un tamaño máximo para “ser” un pájaro: una avutarda Kori pesa 12 kilos y es el pájaro más grande que existe, pero sólo se mantiene flotando aprovechando las corrientes térmicas, en cambio un colibrí que pesa un máximo de 20 gramos puede volar y volar durante mucho más tiempo porque puede “escapar” fácilmente de la atracción gravitatoria, pesa menos.
Así, nuestras capacidades están también directamente relacionadas con esos equilibrios y nuestros órganos internos también responden a ese empate eficiente entre fuerzas. Como luego veremos el cerebro humano es un caso muy interesante en este sentido.
El registro fósil que podemos conocer, hasta ahora, comenzó hace unos quinientos setenta millones de años. En ese momento se produjo la primera gran generación de formas de vida. Conocemos esa eclosión como la “explosión del cámbrico”, antes de ese momento y durante tres mil millones de años la vida había estado formada por una extensa colección de bacterias y algas, nada más.
Las “formas” en las que la vida se diversificó han dado muestras de varios hechos muy relevantes a efectos de comprender o valorar bien la teoría de la evolución. A nuestros efectos hay uno de ellos particularmente interesante, es el de la denominada “ Fauna Ediacarense”.
La Fauna de Ediacara ( localidad australiana donde estos animales fueron inicialmente encontrados, todo y que hoy en día se han encontrado fósiles edicarenses en otras partes del mundo ) se corresponde, según su registro fósil, a unos animales con una estructura plana; crecían hasta un metro de longitud, eran casi como películas sin grosor en su estructura corporal que, por otra parte, no tenía órganos internos, esos seres cumplían las funciones básicas de la respiración y la alimentación a través de su superficie.
De esa manera, en los animales ediacarenses el “experimento” de la evolución siguió un camino completamente distinto a la del resto de animales que hoy en día existen ( incluídos nosotros). Nuestros cuerpos son globulares, intencionadamente y necesariamente voluminosos, de manera que puedan dar cabida a órganos internos con distintas funciones aún a pesar de que eso exija ramificaciones, como las de los pulmones mediante los alveolos, o pliegues enormes como el de los intestinos, de forma que cumplen su función dentro de un “envase” con una superficie determinada por el volumen interior, lo interno crea la superficie que lo envuelve en un equilibrio que resulta ser el mejor para el desarrollo de nuestras capacidades.
Por eso, por ejemplo, una bola de nieve tiene un tamaño máximo: a medida que su volumen aumenta de acuerdo con el cubo de su radio su superficie aumenta sólo en proporción al cuadrado de su radio, de manera que su superficie no puede seguir el ritmo de crecimiento en volumen y acaba por esparcirse o permaneciendo en su tamaño máximo, en este último caso pervive.
Lo interesante de los animales de Ediacara es que evolucionaron antes que ningún animal de los que, posteriormente, utilizaron esqueletos o partes duras que los recubrían, la arquitectura de la vida era distinta en esos animales.
La existencia de la fauna ediacarense acredita, pues, que la “evolución” no es continua en el sentido de que todas las formas de vida hayan seguido el mismo “plan”.
De hecho estos seres seguían una idea completamente distinta en relación con cómo superar el juego de las fuerzas antes descritas: su estrategia consitía en ser delgados o casi planos para que ninguna parte interna estuviese alejada de la superficie lugar en el que, como se ha dicho, se cumplían las funciones básicas para la supervivencia, de esa manera su crecimiento casi “horizontal” podía asegurar una continuidad venciendo la gravedad. Sin embargo prácticamente ningún ser vivo existente hoy día sigue ese plan ( tan sólo algún tipo de gusano, como la tenia, lo sigue en parte ), ¿ qué les ocurrió a esos animales?.
Es el momento de hablar de las extinciones en masa. Lo que le ocurrió a ese plan de crecimiento tan extraño respecto a las formas de vida actuales es que se extinguieron en la que, probablemente, fue la primera de las grandes extinciones en masa que, al parecer, cada 26 millones de años han azotado la vida en la tierra. Para nosotros son como extraterrestres, pero los seres edicarenses nos precedieron y vivieron en la tierra antes que nuestros verdaderos antepasados.
Sepkoski y Raup, dos científicos de los EEUU, han comprobado que efectivamente cada 26 millones de años, ( con ocho aciertos y sólo dos fallos aparentes, es decir, como para tenerlo en cuenta estadísticamente hablando) a lo largo de 225 millones de años y desde la primera extinción del Pérmico, esas extinciones han existido sin ninguna duda.
No se encuentra, al parecer, ningún fenómeno interno de la Tierra que pueda justificar esta regularidad: ningún fenómeno volcánico, climático o de movimiento de placas tectónicas parece estar relacionado.
Por esa razón, los científicos han comenzado a mirar al Universo esperando encontrar una causa astronómica, algún fenómeno solar o galáctico que pueda ser el causante de esas extinciones, y se ha encontrado uno: al parecer es posible que según las hipótesis estudiadas el sol, nuestro sol, forme parte de un sistema binario en el cual la otra estrella, denominada Némesis, circule con una órbita excéntrica a la de nuestro astro de forma que, cuando su trayectoria la hace transitar cerca de la denominada “ Nube de Oort” ( una nube de asteroides y cometas, todavía hipotética, pero con grandes posibilidades de existir y muy cercana a la tierra), desequilibra el estado gravitatorio generando una lluvia de parte de esos cometas y asteroides de entre los cuáles, algunos, caen sobre la Tierra causando las mencionadas extinciones.
Esta opción, que parece ciencia ficción, es cada vez más valorada por los científicos como una seria posibilidad. Antes de que nadie se asuste digamos que, según los cálculos más recientes, Némesis no pasará de nuevo por la Nube de Oort hasta de aquí unos trece millones de años.
Volvamos ahora a nuestra situación actual.
El órgano que, sin duda, mejor describe las potencialidades del ser humano es el cerebro. Nuestro cerebro está también limitado, en cuanto a su crecimiento, forma y diseño, por la búsqueda de eficiencia de los fenómenos físicos que suceden en su interior y permiten nuestro pensamiento.
Si nuestro cerebro fuese más grande consumiría más energía y entonces se le debería destinar más gasto, de forma que ello redundaría en una disminución de otros procesos orgánicos o metabólicos. De hecho con sólo el dos por ciento de la masa corporal el cerebro devora el 20 por ciento de las calorías que consumimos en reposo ( llegando hasta un enigmático 65 por ciento en los recién nacidos).
Por otra parte, un aumento de las neuronas y de los axones ( los apéndices de las neuronas que mediante ramificaciones conectan unas neuronas con otras) implicaría una pérdida de efectividad de los impulsos nerviosos, en realidad eléctricos, que deberían viajar por conexiones más largas provocando alteraciones en su funcionamiento. Se ha comprobado que aquellos seres humanos con sendas más cortas entre las regiones cerebrales presentan un coeficiente intelectual mayor, por lo tanto un cerebro más grande no supone ni mucho menos más capacidad o inteligencia, al contrario. Al mismo tiempo un mayor “cableado” del cerebro o un engrosamiento de los axones implicaría más inversión de energía y tamaño, o una rapidez excesiva en los intercambios de impulsos, lo que equivaldría a una ineficiencia operacional grave. Lo único que podría hacer más eficaz y grande a un cerebro es destinarle más energía asumiendo que el resto de órganos disminuyen su funcionamiento y, por lo tanto, su tamaño.
Es evidente que el producto principal del cerebro, que es nuestro pensamiento y sus elaboraciones "culturales", está condicionado por una serie de leyes naturales que le afectan y que han modulado su capacidad, y esas leyes son las mismas que afectan al resto de elementos vivos o inertes del Universo; somos como somos por esas leyes y fuerzas que, desde el big bang ( o antes), mandan en la realidad que conocemos .
Sin duda la elaboración del cerebro que mejor define y diferencia al ser humano de otros animales es la “cultura”. Los animales transmiten su “conocimiento” por vía genética, pero los humanos transmitimos la cultura, que es la expresión máxima del conocimiento y su acumulación, por vía no genética, por ello Jorge Wagensberg en su libro “ Las raíces triviales de lo fundamental” ( de lectura obligatoria, dicho sea de paso) afirma en una inteligente frase que “ cultura es el conocimiento transmitido por vía no genética”.
Puesto que el actual crecimiento de las denominadas “redes sociales” y las diversas opciones que supone la comunicación electrónica o internet facilitan la acumulación de conocimiento, es evidente que este “depósito” está generando una solidificación, a gran escala, de información gráfica, literaria, musical, de datos, de textos, etc., que servirán, y sirven, para esa transmisión del conocimiento.
Si nos detenemos ahora y analizamos lo que todo esto quiere decir podríamos jugar a atisbar una aproximación a una posible evolución futura del ser humano, es sólo una idea.
Esta podría pasar por la afirmación de que nuestros cerebros individuales, conectados mediante redes semejantes a las de Internet , puedan llegar a conformar una “identidad” que sea la suma de todos los individuos integrados en ellas. El cerebro individual cada vez cede más esfuerzo a los ordenadores y a las posibilidades de encontrar conocimiento que los mismos permiten.
En ese sentido, funcionan, funcionamos, como neuronas conectadas por redes sintéticas que permiten un flujo de información rápida y eficaz, los fenómenos de "homologación" entre los usuarios de muchas redes son cada vez mayores, se agrupan bajo denominaciones comunes, bajo lemas, se inscriben en el seguimiento de temas, de personajes famosos, etc.
Las preguntas son: puesto que es posible que exista una nueva extinción en masa, ¿ no estaremos, de forma inconsciente o consciente, actuando para permitir que la vida siga funcionando, aunque sin nuestros cuerpos, mediante la evolución hacia unos seres que no habitarán ya la tierra, sino el espacio, y que utilizarán todo el bagaje cultural que ahora estamos acumulando?, ¿ acabaremos viviendo conectados a esas redes de forma que, en realidad, nuestros cuerpos dejarán de ser útiles y cederemos toda nuestra energía al cerebro?, ¿ cambiaremos de forma corporal para permitir nuestra pervivencia en el espacio, por ejemplo?.
Las abejas y las hormigas actúan así, socialmente forman una entidad colectiva mucho más inteligente que la consideración singular de sus individuos.
¿ No será eso lo que estamos haciendo para preservar la vida, aunque sea en otro sitio distinto a la tierra, en el que no existan las mismas limitaciones y leyes físicas ?.
¿ No esperará el Universo a unos seres nuevos que hayan evolucionado acumulando esos conocimientos y que hayan podido prever y superar la extinción en masa mediante su viaje a otros confines lejanos a la Tierra?, ¿ cómo serán/seremos esos seres?, ¿ podrían unos seres con otra arquitectura corporal utilizar ese conocimiento, o conservarlo?.
Recordemos:
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