Para lograr la adaptación de especies terrestres a la vida en el espacio habría que vencer tres obstáculos: la gravedad, que sería cero,;la temperatura, que sería cero; y una presión que sería cero.
Como ya sabemos nuestros ancestros dieron un paso que, en realidad, requirió también una adaptación a esos tres idénticos parámetros: la vida nació en el agua pero luego pasó a ocupar la tierra, en ella la gravedad no está condicionada por la densidad del mar y la temperatura es diferente y, por supuesto, la presión también es distinta. Es más, el estudio de la evolución de algunos animales también ha probado que el cambio de hábitat a veces se produjo desde la tierra al mar: la ballena, por ejemplo, pudo crecer y crecer hasta convertirse en el enorme animal que hoy es porque bajo el agua su peso es más fácil de manejar pero, en su origen, se trataba de un mamífero terrestre ( emparentado con el actual hipopótamo) que se adaptó a la vida en el mar. Un vestigio de ese origen es el fémur que, escondido entre los pliegues internos de su enorme cuerpo, las ballenas todavía conservan.
Por lo tanto la vida ya dió un paso similar hace millones de años, y no sólo sirvió para que la misma se expandiera sino que, además, permitió que la evolución continuase conformando seres como nosotros. Nuestros cerebros provienen de esa evolución y su complejidad supera, con creces, al ordenador más potente que exista hoy día.
Por lo tanto la vida ya dió un paso similar hace millones de años, y no sólo sirvió para que la misma se expandiera sino que, además, permitió que la evolución continuase conformando seres como nosotros. Nuestros cerebros provienen de esa evolución y su complejidad supera, con creces, al ordenador más potente que exista hoy día.
Según Freeman J. Dyson, en su más que obligado libro de lectura llamado “ El infinito en todas direcciones”, estos tres desafíos están al alcance de la evolución tecnológica o, cuando menos, son desafíos que se podrían superar ya que, en definitiva, la vida que hoy conocemos ha creado elementos corporales, soluciones adaptativas y cerebros con los que buscar y encontrarlas, y además contamos con la tecnología ( y de entre ella con la biotecnología que podría, por ejemplo y según Freeman, crear plantas de savia caliente que podrían vivir en Plutón, a pesar del frío, ¿ porqué no es posible si en la Antártida viven pinguinos?). Admitamos que sea posible.
Nuestra voluntad de permanencia no es una cuestión individual, hace referencia a nuestra especie y a la acumulación de cultura que hemos ido generando durante millones de años; cuando el primer organismo multicelular se reprodujo no “pensó”, pero actuó para permitir la supervivencia de la información genética que ya poseía, esa misma información genética es la que nosotros seguimos transportando y a ella hemos añadido el acopio cultural que nuestros cerebros siguen y seguirán generando.
El objetivo de la preservación seguirá existiendo.
La vida animal no es sólo la del ser humano. Nuestro impulso biológico es, sobre todo, el mantenimiento de una información que todos los seres vivos transportamos desde hace millones de años y que ya ha acreditado su voluntad de permanecer. Nosotros somos su herencia más evolucionada a nivel mental, tenemos la obligación de garantizar su permanencia porque "sabemos" y somos conscientes de ese legado, lo comprendemos más allá de los actos mecánicos y determinados que nos impone nuestra biología, y nuestra obligación de facilitar la permanencia debería extenderse a todos los seres vivos.
Durante milenios los humanos fuimos incapaces de preservar información “cultural”. Antes de que hubiese un sistema operativo de transmisión de la información, el habla, los conocimientos morían con la persona que los poseía y, además, no podían acumularse porque no existía la escritura. Una vez que aprendimos a hablar y a escribir se permitió la transmisión cultural,[i] y el acopio perdurable de esa información a través de la escritura. Por cierto, la escritura sobre tablas de arcilla es más perdurable que la que se hace, hoy día, sobre un disco en el que se graba información con electrones, los discos duros no “duran” tanto como la arcilla, por eso es tan importante que se avance científicamente en ese objetivo como ya se está haciendo.
Esta es la mayor grandeza de los seres humanos: podemos transferir conocimiento de una generación a otra y construir sobre ella, en cierto sentido al haber alcanzado esta posibilidad el ser humano se ha convertido en un transportador de información por dos vías: la genética y la cultural. La genética está determinada, la cultural podemos determinarla de acuerdo con nuestros valores y principios.
Según los más recientes estudios de los genetistas las poblaciones de chimpancés y gorilas son genéticamente muy distintas y su diversidad genética es muchísimo mayor que la del ser humano. Se ha comprobado que, por alguna razón que desconocemos todavía, una enfermedad o algún “desastre” tremendo provocó, al parecer hace entre 500 mil y 800 mil años, una extinción masiva de humanos reduciéndolos a tan sólo unos cuantos miles.
Aquel pequeño grupo de humanos, del cual descendemos todos los que hoy existimos, logró reproducirse y pervivir. Somos la evolución de un grupo reducido de primates y compartimos su información genética a través de una endogamia de grupo que mejoró nuestra evolución, hasta producir seres humanos como nosotros.
Sin embargo, no debe olvidarse que incluso esa pequeña ( comparada con otras especies de animales) diversidad genética del ser humano contiene la misma “trazabilidad” que la de una mosca o un elefante y que, realmente, todos descendemos de esas iniciales formas de vida que, como ya dijimos, se dieron en unas chimeneas alcalinas hace millones de años: seguimos transportando esa misma información genética.
La evolución de la vida ha generado un ser, el humano, que además de transportar genes puede interpretarlos, estudiarlos y comprenderlos: los genes no son egoístas, funcionan como máquinas programadas para sobrevivir pero los humanos, que hemos aprendido a entender cómo funcionan los genes, incluso podemos hoy día modificarlos. Por eso no es cierto que estemos a merced de los genes, ellos nos han permitido existir y evolucionar de manera que nuestra responsabilidad, a través de la “cultura”, es pensar en cómo mantenerlos y ofrecer vías de pervivencia para los mismos, y para nosotros.
En ese sentido, el Universo es un lugar al que seguramente los genes accederán mientras el mismo siga existiendo. La posibilidad de que el ser humano evolucione hacia formas de “vida” en las que el cuerpo, nuestro actual cuerpo, no sea el que los transporte no es imposible, la posibilidad de que la transmisión cultural se siga produciendo tampoco. Si la vida en la tierra finalmente se hace imposible los genes y la cultura buscarán una solución.
El único límite es la duración del Universo y la posibilidad de que la vida siga luchando contra la entropía, de eso hablaremos en posteriores aportaciones.
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