martes, 6 de diciembre de 2011

VIDA Y ENTROPÍA


El “producto” más elaborado y singular de la evolución es, sin duda, la inteligencia del ser humano. Es indudable que la consciencia individual utiliza los resortes físicos del cerebro para “existir”. Sin cerebro no habría consciencia del propio yo, y no habría inteligencia en el sentido humano de la misma.

 Autores tan importantes como Dyson han dedicado muchas páginas de sus libros a intentar explicar que la voluntad de permanencia de la inteligencia en el Universo podría no depender del ser humano, tal cual lo conocemos. Para Dyson, por ejemplo, nuestro cuerpo no tiene porqué ser el último y definitivo reducto físico de la inteligencia.

De hecho, no lo ha sido siempre. Cuando la primera célula se reprodujo a sí misma fue bastante más inteligente que todos los humanos que hoy puedan existir ;de hecho todavía hoy no estamos seguros de saber cómo lo hizo, y desde luego ese acto inicial de inteligencia no usó nuestro cuerpo, y tampoco nuestro cerebro.



Podemos creer que fue un acto mecánico, o podemos creer que esa era la "idea" una vez se produjo el Big Bang y todo estaba ya escrito desde ese momento, o al menos las líneas básicas de la posterior evolución.

Nuestra ansiedad por entenderlo todo quizás nos impide comprender que no somos, realmente, el "último" proyecto de la evolución. Por eso es bueno mirar hacia adelante e intentar atisbar cómo y de qué manera continuará la misma.

La inteligencia, una vez disparada, se mantendrá porque de hecho el Universo existe para que ella pueda existir.

Los sucesos que provocaron el nacimiento de la vida así como los de su mantenimiento, como ahora veremos, o sucedieron mediante la combinación de partículas subatómicas ordenadas bajo un "programa" ya definido, o son el producto de una combinación mecánica no sujeta a ninguna otra cuestión.

Como ya hemos dicho aquí mantenemos que la evolución no se inició con la "vida" bacteriana, en realidad comenzó en el inicio del Universo al crearse los elementos necesarios para que, mucho más tarde, la vida y la inteligencia surgiesen. Si se admite esto se admite el principio antrópico "clásico".

Un ejemplo de cómo se mantendrá la inteligencia es el que imaginó Dyson, él nos habla de unos seres futuros que utilizarían la energía que pudiesen encontrar en el Universo para vivir eternamente. Esos seres consumirían una energía finita para tener una vida infinita, combinando periodos de actividad con otros mucho más largos de inactividad "letárgica". Ese ciclo mantendría la "vida" y la "inteligencia" en otros "depósitos corporales" que  podrían ser distintos a los nuestros.

Dyson lo explicó, en parte, así ( recomiendo la lectura íntegra, obviamente):

De "La Energía en el Universo."

Freeman J. Dyson
[Scientific American - 225, 3 (Septiembre 1971)] :



Desde que los viajes Apolo nos permitieron ver de cerca
el paisaje desolado de la luna,
mucha gente se ha formado la impresión
de una Tierra como oásis único, bello y frágil,
en medio de un universo áspero y hostil.
Las fotografías distantes del planeta azul
transmitieron esa impresión con viveza.

Quisiera afirmar mi opinión contraria.
Creo que el universo es amistoso.

No veo razón alguna
para suponer que los accidentes cósmicos
que tanto han contribuido a nuestro bienestar,
aquí en la Tierra,
no hagan lo mismo por nosotros,
adonde quiera que elijamos ir del universo.
Lo anterior podría suponer un necesario abandono de nuestro planeta y una vida “inteligente” que, desprendida de nuestro cuerpo, vague por el Universo en busca de esa energía que le permita subsistir.


Para que la “inteligencia” subsista en el Universo es necesario que la misma se soporte sobre seres que puedan luchar contra la entropía.

La entropía puede definirse de muchas formas, en nuestro caso nos interesa analizarla como la tendencia hacia el desorden que cualquier sistema organizado manifiesta. Se trata de una tendencia presente en todo el Universo y que afecta, como hemos dicho, a cualquier sistema para cuya existencia se requiera "orden", por ejemplo el metabolismo de los seres vivos.

El desorden equivale al definitivo y terminal equilibrio termodinámico, es decir, a la falta absoluta de actividad o “muerte”, es la conclusión que todos hemos asumido respecto al paso del tiempo por el mero hecho de nacer, de hecho la "flecha" del tiempo está en la  base de la noción científica de entropía.

 No es, en este sentido, una noción tan compleja: la tendencia natural de las cosas en el Universo es el desorden y debemos “esforzarnos” por ser ordenados, pues bien, esa lucha por mantenernos ordenados es una lucha contra la entropía.

Fuimos creados con material llegado de las estrellas y al morir volveremos al Universo después de haber alojado, durante un tiempo, nuestra herencia genética. Dado que nuestros cuerpos están programados para reproducirse mediante el sexo, ese material genético seguirá viviendo en otros seres descendientes nuestros, en ese sentido, al menos, sí somos inmortales, pero nosotros no "somos" nuestros genes.

Para la "vida" lo importante no es el cuerpo o la consciencia individual que disponga de esa herencia, lo importante para su permanencia es que se reproduzcan los hechos que la sustentan, y el mantenimiento de la inteligencia es una garantía para que la vida esté protegida y "subsista”.

Así, no sólo somos guardianes "neutros" de ese legado, hoy en día somos conscientes de que junto a la herencia puramente genética nuestra obligación es transmitir el acopio cultural de nuestra especie.

Somos los depositarios de algo más importante que unos genes "egoistas": nuestra inteligencia nos permite saber que los genes pretenden sólo reproducirse y mantenerse, pero nosotros podemos modular cómo, con qué objetivos, de qué manera debemos vivir y convivir los seres que los trasladamos desde hace millones de años, no somos "sólo" animales y nuestra meta no es “sólo” reproducirnos como ellos.

Nuestra lucha constante, la de los seres humanos, no es sólo contra la entropía física, lo es también contra la entropía subjetiva, esto es, la de cada uno de nosotros en nuestro proyecto vital. La búsqueda de un orden mental y físico forma parte de lo que el ser humano necesita para evolucionar convenientemente.

Es la vieja afirmación de “mens sana in corpore sano”, es decir, orden por encima del caos, en todos los sentidos. Esta forma de conducirnos también influye en nuestros descendientes, forma parte de la herencia cultural y por eso los seres humanos nos agrupamos "socialmente" en "células" que intentan ordenarse: familias, comunidades religiosas, municipios, regiones, países, estados, naciones, organizaciones internacionales, todas estas instituciones intentan "ordenar" la convivencia y evitar la entropía social.



Por eso  los seres humanos luchamos contra la entropía de muchas formas, tanto a nivel físico como a nivel psicológico o subjetivo.

A nivel "físico" nuestro metabolismo busca constantemente alejarse de esa tendencia al desorden creando “orden” en nuestro sistema orgánico, lo consigue mediante el “consumo” de energía procedente de los alimentos y del entorno.

Las necesidades primarias tales como el hambre, la sed, la aspiración y exhalación de aire, de minerales y el deseo sexual, son imprescindibles para la supervivencia de los organismos vivos, y de sus genes.

Lo relevante de esas primarias necesidades, según Derek Denton ( es altamente recomendable su libro llamado " El despertar de la consciencia") es que no pueden verse correspondidas de forma inmediata: el deseo de beber agua requiere tiempo hasta ser satisfecho y una "estrategia" para encontrarla.

Pues bien, ese lapso entre el deseo y la búsqueda es lo que conforma la noción de consciencia más primaria: " tengo sed necesito agua, tengo que buscarla" es una representación “mental” que requiere consciencia de lo individual, y su satisfacción reincide en la cuestión de que yo soy suficiente por mí mismo.

 Según Denton una primera prueba de la consciencia animal surge de la combinación de " demoras más la elección de una estrategia".

 La búsqueda de energía para sobrevivir es, así, una de nuestras nociones básicas de consciencia individual, y es sin duda el primer indicio organizado de inteligencia tal cual la entendemos hoy día.

Ahora bien, la duración de los “cuerpos” que en la actualidad permiten el mantenimiento de la “inteligencia” está condicionado, al mismo tiempo, por esa necesidad de “energía”. Nuestros cuerpos no pueden vivir más de un tiempo y por ello nuestra vida está delimitada temporalmente, aún así la inteligencia y los genes subsisten porque no dependen de nuestra singularidad, van "heredándose".

Curiosamente la oxidación excesiva que generan las denominadas mitocondrias, que son como las centrales eléctricas de nuestras células, va quemando y degradando nuestro interior oxidándonos y haciéndonos envejecer; para vivir necesitamos energía pero al generarla nos vamos destruyendo poco a poco.

La mayoría de las enfermedades que se padecen al envejecer provienen de este proceso, nuestras células van muriendo, debilitándose. Recientes estudios han acreditado que una proteína llamada telomerasa es capaz de mantener jóvenes las estructuras básicas de nuestros cromosomas. El desgaste que supone la vejez podría ser combatido con una "inyección" de telomerasa, al menos en ratones se ha comprobado que añadiendo telomerasa su vida se alarga un 40%; lo cierto es que los ratones no son como nosotros pero es un avance importante, sin duda.

Nuestro cuerpo, por lo tanto, funciona gracias a la electricidad que se produce en las células, y es interesante saber que esa electricidad proviene de cuatro fuentes: la electricidad de electrones, la de protones, la de fosfatos y la de sodio.

Nuestras células contienen “máquinas moleculares” que generan continuamente electricidad, John Walker y Paul Boyer recibieron el premio Nobel, en 1997, por el descubrimiento del “motor” que genera ATP a partir del denominado ADP y fosfatos; es un motor que realmente gira como la rueda de un molino impulsado por el flujo de electricidad de protones fabricando ATP.

Esas máquinas tienen un eje que se mueve como un rotor fabricado por el hombre; Kazuhiki Kinosita, un científico japonés, consiguió grabar en video ese giro constante del eje del motor de rotación que nos mantiene con vida y a través del cual se produce la electricidad de sodio que permite el funcionamiento de nuestros cerebros. Esa actividad se produce, también, por el intercambio de energía que nuestro cuerpo, a mayor escala, realiza extrayendo recursos de los alimentos, unos alimentos que no existirían sin el sol y sus fotones y que crecen gracias a la energía que seguimos extrayendo de esa estrella que siempre nos ha acompañado.


Estamos, realmente, conectados con el Universo, de él extraemos la energía que necesitamos para existir y gracias a ella retrasamos nuestra muerte  por la afectación de la entropía.

Esa búsqueda de alimento fue, además, la que generó nuestra idea de consciencia individual.

Pero sólo los humanos, que sepamos, somos conscientes de que, al ritmo actual, la vida en la tierra será cada vez más difícil. Es posible que los recursos de nuestro planeta se agoten antes de que el sol deje de brillar y de transmitirnos los fotones gracias a los cuáles vivimos.

En ese momento es posible que la inteligencia ya haya “fabricado” una salida para su subsistencia en otros lugares. El requisito necesario será captar energía que permita el funcionamiento de nuestros “cuerpos”, sean como sean los mismos y sea como sea la forma en que se transmitan los genes, la cultura, los valores y la necesidad de convivir de forma solidaria.


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